Una página ideal para profesores y padres que quieran educar en valores solidarios...
2006-05-31
LA FELICIDAD DE NO DEPENDER
La historia se refiere a un individuo que se mudó de aldea, en la India, y se encontró con lo que allí llaman un sennyasi. Este es un mendicante errante, una persona que, tras haber alcanzado la iluminación, comprende que el mundo entero es su hogar, el cielo su techo y Dios su Padre, que cuidará de él. Entonces se traslada de un lugar al otro. Tal como tú y yo nos trasladaríamos de una habitación a otra de nuestro hogar.
Al encontrarse con el sennyasi, el aldeano dijo:
"¡No lo puedo creer!
Anoche soñé con usted. Soñé que el Señor me decía:
-Mañana por la mañana abandonarás la aldea, hacia las once, y te encontrarás con este sennyasi errante- y aquí me encontré con usted."
"¿Qué más le dijo el Señor?" Preguntó el sennyasi.
Me dijo: "Si el hombre te da una piedra preciosa que posée, serás el hombre más rico del mundo ... ¿Me daría usted la piedra?"
Entonces el sennyasi revolvió en un pequeño zurrón que llevaba y dijo:
"¿Será ésta la piedra de la cual usted hablaba?"
El aldeano no podía dar crédito a sus ojos, porque era un diamante, el diamante más grande del mundo. "¿Podría quedármelo?"
"Por supuesto, puede conservarlo; lo encontré en un bosque. Es para usted."
Siguió su camino y se sentó bajo un árbol, en las afueras de la aldea. El aldeano tomó el diamante y ¡qué inmensa fue su dicha! Como lo es la nuestra el día en que obtenemos algo que realmente deseamos.
El aldeano en vez de ir a su hogar, se sentó bajo un árbol y permaneció todo el día sentado, sumido en meditación.
Al caer la tarde, se dirigió al árbol bajo el cual estaba sentado el sennyasi, le devolvió a éste el diamante y dijo: "¿Podría hacerme un favor?"
"¿Cuál?" le pregunto el sennyasi.
"Podría darme la riqueza que le permite a usted deshacerse de esta piedra preciosa tan fácilmente?"
FABULA: ACTO DE SOBERBIA
Un día el viejo león se despertó y conforme se desperezaba se dijo que no recordaba haberse sentido tan bien en su vida.
El león se sentía tan lleno de vida, tan saludable y fuerte que pensó que no habría en el mundo nada que lo pudiese vencer. Con este sentimiento de grandeza, se encaminó hacia la selva, allí se encontró con una víbora a la que paró para preguntarle.
"Dime, víbora, quien es el rey de la selva? le preguntó el leon.
Tu, por supuesto le respondió la víbora, alejándose del leon a toda marcha.
El siguiente animal que se encontró fue un cocodrilo, que estaba adormecido cerca de una charca.
El león se acercó y le preguntó Cocodrilo, dime ¿quien es el rey de la selva?
¿Por qué me lo preguntas? le dijo el cocodrilo, si sabes que eres tu el rey de la selva
Así continuó toda la mañana, a cuanto animal le preguntaba todos le respondían que el rey de la selva era el.
Pero, hete ahí que de pronto, le salió al paso un elefante.
Dime elefante, le preguntó el león ensoberbecido ¿sabes quién es el rey de la selva?
Por toda respuesta, el elefante enroscó al león con su trompa levantándolo cual si fuera una pelota, lo tiraba al aire y lo volvía a recoger...hasta que lo arrojó al suelo poniendo sobre el magullado y dolorido león su inmensa pata.
Muy bien, basta ya, lo entiendo atinó a farfullar el dolorido león, pero no hay necesidad de que te enfurezcas tanto, porque no sepas la respuesta.
TÁCTICA
Dicen que una vez, había un ciego sentado en un parque, con una gorra a sus pies y un cartel en el que, escrito con tiza blanca, decía:
"POR FAVOR AYÚDEME, SOY CIEGO".
Un creativo de publicidad que pasaba frente a él, se detuvo y observó unas pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso tomó el cartel, le dio vuelta, tomó una tiza y escribió otro anuncio. Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego y se fue. Por la tarde el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna. Ahora su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconociendo sus pasos le preguntó si había sido él quien reescribió su cartel y sobre todo, qué que era lo que había escrito allí. El publicista le contestó:
-"Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras".
Sonrió y siguió su camino. El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía:
"ESTAMOS EN PRIMAVERA, Y... YO NO PUEDO VERLA"
Cambiemos de TÁCTICA cuando algo no nos sale, y verás que puede que resulte mejor de esa manera.
Sonrió y siguió su camino. El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía:
"ESTAMOS EN PRIMAVERA, Y... YO NO PUEDO VERLA"
Cambiemos de TÁCTICA cuando algo no nos sale, y verás que puede que resulte mejor de esa manera.
ADMITIR
Un anciano que tenía un grave problema de miopía se consideraba un experto en evaluación de arte. Un día visitó un museo con algunos amigos. Se le olvidaron las gafas en su casa y no podía ver los cuadros con claridad, pero eso no le frenó en manifestar sus fuertes opiniones. Tan pronto entraron a la galería, comenzó a criticar las diferentes pinturas. Al detenerse ante lo que pensaba era un retrato de cuerpo entero, empezó a criticarlo. Con aire de superioridad dijo:
-"El marco es completamente inadecuado para el cuadro. El hombre esta vestido en una forma muy ordinaria y andrajosa. En realidad, el artista cometió un error imperdonable al seleccionar un sujeto tan vulgar y sucio para su retrato. Es una falta de respeto".
El anciano siguió su parloteo sin parar hasta que su esposa logró llegar hasta él entre la multitud y lo apartó discretamente para decirle en voz baja:
-"Querido, estás mirando un espejo".
Moraleja: Tardamos en reconocer y admitir nuestras propias faltas, que parecen muy grandes cuando las vemos en los demás.
PENSAR EN EL VECINO
Por Juan Ramón Jiménez
El padre del pintor sevillano Javier de Winthuyssen, cuando tenía que pintar la fachada de su casa, que en Andalucía es costumbre pintarla para la primavera, mandaba al pintor a casa del vecino de enfrente a preguntarle de qué color quería que la pintara. Decía el viejecito encantador: "El es quien ha de verla y disfrutarla; es natural que yo la pinte a su gusto".
(Juan Ramón Jiménez, en "El trabajo gustoso")
PARÁBOLA DEL AGRICULTOR
"No, yo no puedo aceptar una recompensa por lo que hice", respondió un agricultor a un noble inglés. En ese momento el propio hijo del agricultor salió a la puerta de la casa de la familia.
"¿Es ese su hijo?" preguntó el noble inglés.
"Sí," respondió el agricultor lleno de orgullo.
"Le voy a proponer un trato. Déjeme llevarme a su hijo y ofrecerle una buena educación. Si él es parecido a su padre crecerá hasta convertirse en un hombre del cual usted estará muy orgulloso."
El agricultor aceptó. Con el paso del tiempo, el hijo de Fleming el agricultor se graduó de la Escuela de Medicina de St. Mary`s Hospital en Londres, y se convirtió en un personaje conocido a través del mundo, el famoso Sir Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina. Algunos años después, el hijo del noble inglés, cayó enfermo de pulmonía. ¿Que le salvó? La penicilina. ¿El nombre del noble inglés? Randolph Churchill. ¿El nombre de su hijo? Sir Winston Churchill.
Alguien dijo una vez: Siempre recibimos a cambio lo mismo que ofrecemos. Trabaja como si no necesitaras el dinero. Ama como si nunca te hubieran herido. Baila como si nadie te estuviera mirando.
2006-05-29
¿DÓNDE ESTÁ EL BUEN DIOS?
Por Elie Wiesel
"Los SS parecían más preocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un chaval delante de miles de espectadores no era un asunto sin importancia. El jefe del campo leyó el veredicto. Todas las miradas estaban puestas sobre el niño. Estaba lívido, casi tranquilo, mordisqueándose los labios. La sombra de la horca le recubría.
El jefe del campo se negó en esta ocasión a hacer de verdugo. Le sustituyeron tres SS.
Los tres condenados subieron a la vez a sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos.
-¡Viva la libertad! -gritaron los dos adultos.
El pequeño se calló.
-¿Dónde está el buen Dios, dónde? -preguntó alguien detrás de mí.
A una señal del jefe del campo, las tres sillas cayeron. Un silencio absoluto descendió sobre todo el campo. El sol se ponía en el horizonte.
-¡Descubríos! -rugió el jefe del campo.
Su voz sonó ronca. Nosotros llorábamos.
-¡Cubríos!
Después comenzó el desfile. Los dos adultos habían dejado de vivir. Su lengua pendía, hinchada, azulada. Pero la tercera cuerda no estaba inmóvil; de tan ligero que era, el niño seguía vivo...
Permaneció así más de media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando bajo nuestra mirada. Y tuvimos que mirarle a la cara. Cuando pasé frente a él seguía todavía vivo. Su lengua seguía roja, y su mirada no se había extinguido. Escuché al mismo hombre detrás de mí:
-¿Dónde está Dios?
Y en mi interior escuche una voz que respondía: "¿Dónde está? Pues aquí, aquí colgado, en esta horca..."
(Élie Wiesel, La Nuit, pp.103-105).
"Los SS parecían más preocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un chaval delante de miles de espectadores no era un asunto sin importancia. El jefe del campo leyó el veredicto. Todas las miradas estaban puestas sobre el niño. Estaba lívido, casi tranquilo, mordisqueándose los labios. La sombra de la horca le recubría.
El jefe del campo se negó en esta ocasión a hacer de verdugo. Le sustituyeron tres SS.
Los tres condenados subieron a la vez a sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos.
-¡Viva la libertad! -gritaron los dos adultos.
El pequeño se calló.
-¿Dónde está el buen Dios, dónde? -preguntó alguien detrás de mí.
A una señal del jefe del campo, las tres sillas cayeron. Un silencio absoluto descendió sobre todo el campo. El sol se ponía en el horizonte.
-¡Descubríos! -rugió el jefe del campo.
Su voz sonó ronca. Nosotros llorábamos.
-¡Cubríos!
Después comenzó el desfile. Los dos adultos habían dejado de vivir. Su lengua pendía, hinchada, azulada. Pero la tercera cuerda no estaba inmóvil; de tan ligero que era, el niño seguía vivo...
Permaneció así más de media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando bajo nuestra mirada. Y tuvimos que mirarle a la cara. Cuando pasé frente a él seguía todavía vivo. Su lengua seguía roja, y su mirada no se había extinguido. Escuché al mismo hombre detrás de mí:
-¿Dónde está Dios?
Y en mi interior escuche una voz que respondía: "¿Dónde está? Pues aquí, aquí colgado, en esta horca..."
(Élie Wiesel, La Nuit, pp.103-105).
CONSTRUYENDO UNA CATEDRAL
Un hombre golpeaba fuertemente una roca, con rostro duro, sudando. Alguien le preguntó:
- ¿Cuál es su trabajo? Y contestó con pesadumbre:
- ¿No lo ve? Picar piedra.
Un segundo hombre golpeaba fuertemente otra roca, con rostro duro, sudando. Alguien le preguntó:
- ¿Cuál es su trabajo? Y contestó con pesadumbre:
- ¿No lo ve? Tallar un peldaño.
Un tercer hombre golpeaba fuertemente una roca, transpirado, con rostro alegre, distendido. Alguien le preguntó:
- ¿Cuál es su trabajo?". Y contestó ilusionado:
-Estoy construyendo una catedral.
2006-05-23
TAMBIÉN los DEMENTES SABEN de AMOR
Vallejo Nájera, en su libro ´Concierto para Instrumentos Desafinados´, nos cuenta el relato de Faustino, un esquizofrénico profundo en el hospital que dirigía..
Faustino tenía, al igual que otros enfermos profundos, su "bolsa del tesoro"_ una bolsa que contenía todas sus pertenencias que él llevaba a todas partes. A diferencia de la bolsa del tesoro de otros enfermos, compuesta por toda clase de cachivaches, cartas, restos de comida, la bolsa de Faustino contenía exclusivamente un mango de paraguas y una foto con un marco. Nadie estaba seguro de donde había sacado ni uno ni otra, y cuando le preguntaban por la foto el contestaba lacónicamente "madre". No estaba claro si el retrato realmente era una fotografía de su madre o era simplemente la foto que venía incorporada al marco, pero lo cierto es que Faustino la identificaba plenamente con su madre.
La rutina de Faustino era todos los días la misma: se marchaba al jardín del hospital, se sentaba cerca de un árbol en el límite entre el sol y la sombra y extraía de su bolsa el retrato. Lo miraba pausadamente, con cariño, lo besaba y posteriormente lo depositaba con sumo cuidado de nuevo en la bolsa. A continuación, sacaba el manco de paraguas y lo contemplaba a la luz del sol. Le daba vueltas y lo observaba desde todas las direcciones posibles, embelesado. En cierto modo, Faustino era plenamente feliz pues estaba totalmente entregado a estos dos objetos y amaba con todo su ser lo que poseía, y no necesitaba nada mas.
En esa época llegó al hospital un niño de 15 años, Luis, retrasado mental. Luis no dejaba de llorar desde que llegó. Una tarde, Faustino rompe su rutina y se acerca a él, se sienta a su lado. Tras unos momentos de vacilación, Faustino abre su bolsa del tesoro y le enseña su mango del paraguas y ambos se quedan contemplando sus destellos de ámbar a la luz del sol. Al final, Luis intenta coger el mango pero Faustino rápidamente lo esconde: todo tiene su límite
Con el tiempo, llegan a convertirse en grandes amigos, quedándose todas las tardes a contemplar el manguito de paraguas a la luz del crepúsculo. Pasado un tiempo, sin embargo, Luis comienza a aburrirse y la relación se enfría. Entonces, un día, los parientes acuden al hospital a ver a Luis. Su madre ha muerto. Faustino se acerca lentamente y pregunta qué ocurre."Ha perdido a su madre", le contestan.
El último párrafo de la historia merece ser reproducido literalmente tal como lo cuenta el propio Vallejo Nájera: "El esquizofrénico queda perplejo. Acaricia a Luis. Luego silencio. Al fin, un arranque aparentemente trivial, de los que pasan inadvertidos en la tierra, pero que retumban en las bóvedas del cielo como el tronar de mil cañones: Faustino regala a Luis el mango del paraguas. El niño lo acepta y sigue llorando. Entonces, Faustino, con un gesto dolorido como quien separa los bordes de una herida, abre lentamente, muy lentamente, la bolsa y le entrega el retrato de su madre".
¿A dónde vamos con una anécdota tan detallada? Actualmente está en boga la afirmación de que todo el comportamiento humano depende del funcionamiento cerebral. La neurociencia se esfuerza por llenar los titulares de los periódicos con lemas como “La química del amor” o “Se ha descubierto al sustancia que provoca el sentimiento de culpa”. Pero estos autores suelen reducir implícita o explícitamente el ámbito de los fenómenos mentales casi exclusivamente a lo cognitivo, dejando completamente la dimensión afectiva fuera de la vida mental, como si lo único importante de explicar fuera el proceso inteligente. Realmente se entiende que no se investigue más el comportamiento ético del ser humano desde el supuesto materialista, porque sería difícil entender como Faustino, un esquizofrénico- sujeto que padece un trastorno fundamental de la personalidad, una distorsión seria del pensamiento- es capaz de un acto ético, que nos llena de admiración. ¿Será que el ser humano actúa por algo más que por los estímulos de una compleja organización de neuronas? Tratar de enjaular el espíritu humano tras los barrotes de química neuronal es un intento tan inútil como atrapar el viento con un cazamariposas.
El ser humano, a pesar de sus disfunciones en muchos aspectos, es siempre digno y valioso en sí mismo; quizás no tanto por lo que él pueda hacer sino porque siempre será “un ser amable por sí mismo”. Mientras exista un solo hombre o mujer como Faustino, en la tierra, la dignidad humana está salvada, porque demostrará a los otros que son dignos de su amor, lo más grande que posee.
Fuente: www.mujernueva.org
Autor: Nieves García
2006-05-21
EL ECO
Un hijo y su padre estaban caminando en las montañas. De repente, el hijo se cayó, se lastimó y gritó: "AAAhhhhhhhhhhhhhhh ! ! !".
Para su sorpresa, oyó una voz repitiendo, en algún lugar en la montaña: "AAAhhhhhhhhhhhhhhh ! ! !"
Con curiosidad, el niño grito: "Quién eres tú?"
Recibió de respuesta: "Quién eres tú?"
Enojado con la respuesta, grito: "Cobarde!"
Recibió de respuesta:"Cobarde!"
Miró a su padre y le preguntó: "Que sucede?"
El padre sonrió y dijo: "Hijo mío, presta atención."
Y entonces el padre gritó a la montaña: "Te admiro!"
La voz respondió: "Te admiro!"
De nuevo el hombre gritó: "Eres un campeón!"
La voz respondió: "Eres un campeón!"
El niño estaba asombrado, pero no entendía.
Luego el padre explicó:
"La gente lo llama ECO, pero en realidad es la VIDA...Te devuelve todo lo que dices o haces... Nuestra vida es simplemente reflejo de nuestras acciones. Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor... Si deseas mas competitividad en tu grupo, ejercita tu competencia... Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida... La vida te dará de regreso exactamente aquello que tú le has dado."
Tu vida no es una coincidencia... Es un reflejo de ti. Alguien dijo: "Si no te gusta lo que recibes de vuelta, revisa lo que emites"
PARABOLA DEL REY Y EL SABIO
Por un pequeño reinado de la antigüedad pasó alguna vez un sabio, que tenia la fama de resolver todos los enigmas que se le plantearan. El rey, que era un hombre de un gran temperamento, dominado de alguna manera por sus pasiones, lo mandó llamar y le pidió que le diera una fórmula para la felicidad. Entonces el sabio se retiró algunos meses hasta que volvió al reino, y le regaló al rey un anillo; junto con el anillo le regaló también la consigna de que leyera una inscripción interna (un pequeño letrero que sólo el rey podía leer) en los momentos de mayor euforia, de mayor éxito, así como en los momentos de mayor amargura, derrota y depresión.
La gente empezó a notar que el rey en sus mejores y peores momentos miraba a su anillo y leía aquella inscripción interna y que con el paso del tiempo esa costumbre lo había transformado en un hombre mas sabio y justo, con mucha mayor capacidad de gobernar sanamente, aquella comunidad. Trascendió incluso en el reino que en la inscripción interna del anillo del rey había solamente tres palabras. Cuando murió el rey los habitantes del reino quisieron saber cual era la inscripción que había transformado la historia del rey y de alguna manera la de ellos también. Fueron a ver el anillo y en su parte interna encontraron escritas estas tres palabras: "esto también pasara". Estas palabras, en los momentos de mayor euforia y triunfo significaban para el rey la posibilidad de poner los pies en la tierra, así como en los momentos de dolor se transformaban en un símbolo de esperanza. En unos y en otros momentos le significaron la posibilidad de mirar hacia adentro y, desde el sentido del éxito interno, la ansiada fórmula de la felicidad.
La gente empezó a notar que el rey en sus mejores y peores momentos miraba a su anillo y leía aquella inscripción interna y que con el paso del tiempo esa costumbre lo había transformado en un hombre mas sabio y justo, con mucha mayor capacidad de gobernar sanamente, aquella comunidad. Trascendió incluso en el reino que en la inscripción interna del anillo del rey había solamente tres palabras. Cuando murió el rey los habitantes del reino quisieron saber cual era la inscripción que había transformado la historia del rey y de alguna manera la de ellos también. Fueron a ver el anillo y en su parte interna encontraron escritas estas tres palabras: "esto también pasara". Estas palabras, en los momentos de mayor euforia y triunfo significaban para el rey la posibilidad de poner los pies en la tierra, así como en los momentos de dolor se transformaban en un símbolo de esperanza. En unos y en otros momentos le significaron la posibilidad de mirar hacia adentro y, desde el sentido del éxito interno, la ansiada fórmula de la felicidad.
APRENDER A USAR y ...
Un marinero y un pirata se encuentran en un bar, y empiezan a contarse sus aventuras en los mares. El marinero nota que el pirata tiene una pierna de palo, un gancho en la mano y un parche en el ojo. El marinero le pregunta "¿Y cómo terminaste con esa pierna de palo?". El pirata le responde "Estábamos en una tormenta y una ola me tiró al mar, caí entre un montón de tiburones. Mientras mis amigos me agarraban para subirme un tiburón me arrancó la pierna de un mordisco". "!Guau! -replicó el marinero- ¿Y qué te pasó en la mano, por qué tienes ese gancho?". "Bien... -respondió el pirata-; estábamos abordando un barco enemigo, y mientras luchábamos con los otros marineros y las espadas, un enemigo me cortó la mano". "¡Increíble! -dijo el marinero- ¿Y qué te paso en el ojo?". "Una paloma que iba pasando y me cayó excremento en el ojo". "¿Perdiste el ojo por un excremento de paloma?", replicó el marinero incrédulamente. "Bueno... -dijo el pirata- ... era mi primer día con el gancho".
(Algo parecido pasa con el silencio. Estamos como el pirata desentrenaos y quizás estemos fastidiando a otros que lo necesitan. El silencio es el primer paso para la higiene de la conciencia. Y tantas veces pronunciamos su nombre que desaparece...)
2006-05-18
EL CABALLO QUE NO TENÍA SED
¿Qué hay que hacer para que beba un caballo que no tiene sed? Salvando las distancias, ¿qué hacer para devolver la sed y el gusto de Dios a los hombres que lo han perdido? ¿Y a los que se contentan sólo con licores, la tele o el auto? ¿A bastonazos? El caballo es más testarudo que nuestro bastón. Además ese antiguo método
ha sido declarado demasiado directivo por los educadores modernos.
¿Hacerle tragar sal? Aún peor por lo que tiene de tortura psiquiátrica.
¿Cómo hacer beber, pues, a ese caballo respetando su libertad?
Sólo hay una contestación: encontrar otro caballo que tenga sed... y que beba mucho delante de su congénere, con alegría y voluptuosidad. Y esto, no para darle buen ejemplo, sino ante todo porque tenga sed, porque de verdad tenga sed, simplemente sed.
Un día, quizás su hermano, lleno de envidia, se pregunte si no haría mejor metiendo también él su hocico en el cubo de agua fresca.
Hacen falta hombres con sed de Dios, que son más eficaces que todas las necedades dichassobre Él.
Jacques Loew. “Fábulas y parábolas”, p. 30.
ADORAR AL VERDADERO DIOS
El maestro preguntó al discípulo:
- ¿Por qué no adoras a los ídolos?
El discípulo respondió:
- Porque el fuego los quema.
- Entonces adora al fuego.
- En todo caso adoraría al agua, capaz de apagar
al fuego.
- Adora entonces al agua.
- En todo caso adoraría las nubes, capaces de
apagar el fuego.
- Adora las nubes.
- No, porque el viento es más fuerte que ellas.
- Entonces adora el viento que sopla.
- Si debiera adorar al viento, adoraría al hombre
que tiene poder de soplar.
- Adora entonces al hombre.
- No, porque muere.
- Adora la muerte.
- Lo único digno de adorarse es el Dueño de la
vida y de la muerte.
El maestro alabó la sabiduría del discípulo.
Anónimo judío
ARREGLABA JUGUETES
Era una anciana que vivía sola en un apartamento muy pobre. Cada mañana salía a recoger los juguetes que encontraba en la basura. Durante el día gozaba arreglando los juguetes. Al atardecer volvía a los parques, y dejaba los juguetes, por si acaso les servía a algún niño. Al morir no tenía para el ataúd, pero los niños de aquel pueblo le regalaron uno de colores.
ACTUAR DE DIOS
Un hombre se hallaba en el tejado de su casa durante unas inundaciones y el agua le llegaba a los pies. Poco después, pasó un individuo remando en una canoa y le gritó:
- “¡Oiga! ¿Quiere que le lleve a un sitio más alto?”.
- “No, gracias - replicó el hombre -. Tengo fe en el Señor y Él me salvará”.
Pasó el tiempo, y el agua le llegaba al hombre hasta la cintura. Entonces pasó por allí una lancha de motor.
- “¿Quiere que le lleve a un sitio más alto?” -gritó el que la llevaba.
- “No, gracias - respondió el hombre -. Tengo fe en el Señor y Él me salvará”.
Más tarde, cuando el nivel del agua le llegaba hasta al cuello del individuo, llegó un helicóptero.
- “¡Cójase a la cuerda - gritó el piloto -. Yo le subiré”.
- “No, gracias - dijo el hombre por tercera vez -.Tengo fe en el Señor y Él me salvará”.
Desconcertado, el piloto dejó a aquel hombre en el tejado, casi cubierto por las aguas. Después de haber pasado horas allí, el pobre hombre no pudo resistir más, se ahogó y fue a recibir su recompensa.
Mientras aguardaba en las puertas del Paraíso, se halló frente al Creador y se quejó de lo ocurrido:
- “Señor - le dijo -, yo tenía total fe en que Tú me salvarías y me abandonaste. ¿Por qué?”
A lo cual le replicó el Señor:
- “¿Qué más quieres? ¡Te mandé dos lanchas y un helicóptero”.
PRESTAR LAS MANOS A DIOS
Un amigo le preguntó a Samuel B. Morse, el inventor del telégrafo: “¿Qué hacías en los momentos de dificultad?”.Le contestó el inventor con toda sencillez:
- “Te voy a responder en confianza, pues es algo que nunca he revelado en público. Cuando no sabía qué camino tomar, me ponía de rodillas y le pedía a Dios luz y conocimiento”.
- “¿Y le venía la luz y el conocimiento?”, le preguntó el amigo.
- Sí – declaró Morse. Y tengo que decirle que cuando me llegaron honores y alabanzas a cuenta del invento que lleva mi nombre, nunca creí que me las merecía. He dado una aplicación valiosa de la electricidad, no porque yo fuera superior a otros hombres, sino únicamente porque Dios, que quería concedérsela a la humanidad, tenía que descubrírsela a alguien, y le pareció bien descubrírmela a mí”.
LA FELICIDAD
Decía un anciano que sólo se había quejado una vez en toda su vida: cuando iba con los pies descalzos y no tenía dinero para comprarse zapatos.
Entonces vio a un hombre feliz que no tenía pies. Y nunca volvió a quejarse.
Anthony de Mello. “La oración de la rana"
2006-05-17
LA HISTORIA DE DEMÓSTENES
El joven Demóstenes soñaba con ser un gran orador, sin embargo este propósito parecía una locura desde todo punto de vista.
Su trabajo era humilde, y de extenuantes horas a la intemperie.
No tenía el dinero para pagar a sus maestros, ni ningún tipo de conocimientos.
Además tenía otra gran limitación: Era tartamudo.
Demóstenes sabía que la persistencia y la tenacidad hacen milagros y, cultivando estas virtudes, pudo asistir a los discursos de los oradores y filósofos más prominentes de la época. Hasta tuvo la oportunidad de ver al mismísimo
Platón exponer sus teorías.
Ansioso por empezar, no perdió tiempo en preparar su primer discurso.
Su entusiasmo duro poco: La presentación fue un desastre.
Fue un gran fracaso. A la tercera frase fue interrumpido por los gritos de protesta de la audiencia:
- ¿Para qué nos repite diez veces la misma frase?
-dijo un hombre seguido de las carcajadas del público.
- ¡Hable más alto! -exclamó otro-. No se escucha, ¡ponga el aire en sus pulmones y no en su cerebro!
Las burlas acentuaron el nerviosismo y el tartamudeo de Demóstenes, quien se retiró entre los abucheos sin siquiera terminar su discurso.
Cualquier otra persona hubiera olvidado sus sueños para siempre. Fueron muchos los que le aconsejaron –y muchos otros los que lo humillaron- para que desistiera de tan absurdo propósito.
En vez de sentirse desanimado, Demóstenes tomaba esas afirmaciones como un desafió, como un juego que él quería ganar.
Usaba la frustración para agrandarse, para llenarse de fuerza, para mirar más lejos. Sabía que los premios de la vida eran para quienes tenían la paciencia y persistencia de saber crecer.
- Tengo que trabajar en mi estilo.- se decía a sí mismo.
Así fue que se embarcó en la aventura de hacer todo lo necesario para superar las adversas circunstancias que lo rodeaban.
Se afeitó la cabeza, para así resistir la tentación de salir a las calles. De este modo, día a día, se aislaba hasta el amanecer practicando.
En los atardeceres corría por las playas, gritándole al sol con todas sus fuerzas, para así ejercitar sus pulmones.
Más entrada la noche, se llenaba la boca con piedras y se ponía un cuchillo afilado entre los dientes para forzarse a hablar sin tartamudear.
Al regresar a la casa se paraba durante horas frente a un espejo para mejorar su postura y sus gestos.
Así pasaron meses y años, antes de que de que reapareciera de nuevo ante la asamblea defendiendo con éxito a un fabricante de lámparas, a quien sus ingratos hijos le querían arrebatar su patrimonio.
En esta ocasión la seguridad, la elocuencia y la sabiduría de Demóstenes fue ovacionada por el público hasta el cansancio.
Demóstenes fue posteriormente elegido como embajador de la ciudad.
Su persistencia convirtió las piedras del camino en las rocas sobre las cuales levantó sus sueños.
¡¡Animo tú puedes!! Sólo siendo persistente conquistarás tus sueños.
2006-05-16
PARÁBOLA DE LA PIEDRA
Cuentan que un día estaba un viejo parado en la esquina de la calle “matando el tiempo” y riendo como un loco.
- ¿De qué te ríes? Le preguntó un transeúnte.
- ¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle? Desde que llegué aquí esta mañana, diez personas han tropezado en ella y han maldecido, pero ninguna de ellas se ha tomado la molestia de retirarla para que no tropezaran otros.
( En memoria de los padres que se quejan de sus hijos cada vez que tropiezan con la piedra, pero no ponen las medidas para que no vuelva a ocurrir. )
HISTORIA DE UNA SILLA
Fui creada por el trabajo y el ingenio del hombre para ofrecerle un servicio solidario: proporcionarle una postura en la que parte de su cuerpo podría estar descansando mientras que la otra parte podría estar trabajando. Mi primer diseño fue sencillo: un soporte de madera y tres patas. No hay pilar más firme que tres patas para una superficie. Nunca cojeaba. Y sólo una desproporción muy grande entre una pata y otras me hacía cumplir mal mi función. ¡Qué sencilla era entonces; y cuánto podía servir así a las personas!
¡Cuánto más débil y cansado y viejo y enfermo era mi dueño, más útil y bonito y bello era el servicio que yo le prestaba! Se podía decir con verdad lo que dijo de mi el carpintero que me creo:”¡Venid a mi los cansados y agobiados!”
Pero el hombre, en su afán de desbancar la pericia de mi primer creador, me fue rehaciendo guiado de sus propias tendencias. Necesitaba que fuera más segura y más fuerte. Y entonces me puso otra pata. Y desde entonces no paro de cojear. Necesitaba que fuera más cómoda para su comodidad. Y entonces me hizo un soporte más grande y lo forró de mullidos y esponjosos materiales. Necesitaba que fuera distinguida y diferenciada en el caso de que quien se sentara en mi fuera distinguido. Y me empezó a adornar con todo tipo de ridículos adornos.
Al cabo del tiempo ya no éramos sillas para las personas sino que eran personas para las sillas. Las personas, a base de sentarse en estas sillas, se hicieron casi a su imagen y semejanza: seguras de si mismas, fuertes y frías, comodonas y figuronas.
Por eso ya casi nadie cae en la cuenta cuando me ponen en un autobús, y en un parque, y en el metro, y en una sala de cultura... de que fui hecha en primer lugar para los cansados, los agobiados en la lucha, los mayores, los que trabajan. Y con frecuencia tengo que soportar ser el soporte de los descansados y ver enfrente mía a los cansados que siguen estando de pie.
Y por eso me hace sufrir mucho más, cuando me ponen en la caja de mi carpintero que me creó, que esté antes ocupada por los descansados, o vigorosos o jóvenes traseros que por los cansados. Sobre todo cuanto contemplo la “silla” en que han sentado a mi Padre.
(En memoria de los que dejamos de pie mientras los niños y los jóvenes ocupábamos las sillas)
PARÁBOLA DEL MAESTRO FIGUEREDO
Por Eduardo Galeano
A la mañana siguiente pasaron por allí unos arrieros y encontraron al maestro Figueredo cubierto de moretones y de sangre. Estaba vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía hablar. Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucir con unos labios entumecidos e hincha-dos:
- "Me robaron las mulas".
Volvió a hundirse en un silencio que dolía y, tras una larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja:
- "Me robaron el arpa".
Al rato, y cuando parecía que ya no iba a decir nada más, empezó a reir. Era una risa profunda y fresca que inexplicablemente salía de ese rostro desollado. Y, en medio de la risa, el maestro Figueredo logró decir:
- ¡Pero no me robaron la música!
A la mañana siguiente pasaron por allí unos arrieros y encontraron al maestro Figueredo cubierto de moretones y de sangre. Estaba vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía hablar. Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucir con unos labios entumecidos e hincha-dos:
- "Me robaron las mulas".
Volvió a hundirse en un silencio que dolía y, tras una larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja:
- "Me robaron el arpa".
Al rato, y cuando parecía que ya no iba a decir nada más, empezó a reir. Era una risa profunda y fresca que inexplicablemente salía de ese rostro desollado. Y, en medio de la risa, el maestro Figueredo logró decir:
- ¡Pero no me robaron la música!
PARÁBOLA DEL PRISIONERO DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN
En un campo de concentración vivía un prisionero que, pese a estar sentenciado a muerte, estaba alegre. Un día apareció en la explanada tocando su guitarra, y una gran multitud se arremolinó en torno a él para escuchar porque, bajo el hechizo de la música, los que le oían se veían, como él, libres de miedo. Cuando las autoridades de la prisión lo vieron, le prohibieron volver a tocar. Pero al día siguiente allí estaba de nuevo, cantando y tocando su guitarra, rodeado de una multitud. Los guardianes le cortaron los dedos, pero él, una vez más, se puso a cantar su música con las manos cor-tadas. Esta vez la gente aplaudía entusiasmada. Los guardianes volvieron a llevárselo a rastras y detrozaron su guitarra.
Sin embargo, al otro día, de nuevo estaba cantando con toda su alma. ¡Y qué forma tan pura y tan inspirada de cantar! Toda la gente se puso a corearle y, mientras duró el cántico, sus corazones se hicieron tan puros como el suyo, y sus espíritus igualmente invencibles. Los guardianes estaban tan enojados que le arrancaron la lengua. Sobre el campo de concentración cayó un espeso silencio, algo indefinible; por fin, para asombro de todos, al día siguiente estaba allí de nuevo el cantor lleno de alegría, balanceándose y danzando a los sones de una silenciosa música que sólo él podía oir. Y al poco tiempo todo el mundo estaba alzando sus manos y danzando en torno a su sangrante y destrozada figura, mientras los guardianes se habían quedado inmovilizados y no salían de su estupor.
PARÁBOLA DE LOS VIAJEROS
Un día decidieron ir a buscar entre las montañas la famosa fuente de la felicidad. El que bebía de ella se sentía plenamente feliz. Estaba lejos y el camino era difícil y empinado, pero ellos eran valientes y aventureros. Andaban, descansaban y pasaban las noches en tiendas de campaña. Estaban muy cansados, el camino transcurría entre zarzas, se caían y se hacían rasguños, pero seguían adelante. Algunos no quisieron seguir, pero los más fuertes habían decidido encontrarla.
Llegaron a un camino sin huellas, casi nadie había pasado por allí; aunque dudando y perdiéndose, seguían empeñados en su meta. Por fin ¡la fuente! El agua es fresca, pero es agua como las demás; sin embargo, se sienten felices y comentan: lo que nos da felicidad es el esfuerzo.
2006-05-15
EL JUICIO DE LA COLMENA
Por Lanza del Vasto
¡Oh, hermanas mías!, dijo la abeja, somos chispas del sol; nuestro cuerpo es del mismo metal. Somos las hijas del gran cielo; nuestras alas son del mismo cristal. La justicia reina en nuestras ciudades: la razón nos dirige a la dicha; la música acompaña nuestros actos.
Nos alimentamos con luz líquida; con un azúcar incorruptible y diáfano. Somos las únicas criaturas que saben comer sin matar. Para nosotras, comer es unirnos a la más fina esencia de las co-sas. Para nosotras, comer no es perseguir una presa, abatir a un ser viviente, desgarrar el cadáver, arrancar y dañar el fruto; para nosotras es fecundar la flor, es hacer resurgir la vida.
Más ¡oh hermosísimas mías! ¿Por qué no somos del todo perfectas como los astros son perfectos?
Sólo una cosa nos aparta de la dignidad de los dioses: el aguijón y el veneno que llevamos en el vientre. Y el que emplea el aguijón mata, pero quita la vida del que mata. Sí, pues el amor no os contiene, que por lo menos el temor os cohiba.
En cuanto a mi, prefiero morir a manos de mis enemigos que por efecto de mi propia malicia. ¡Oh, reina!, te devuelvo mi aguijón y de mi propio veneno haré miel.
Las obreras juzgaron y dijeron: ¿Para qué sirve la miel sin el aguijón y el veneno? Cuanta más miel tengamos, más expuesta al robo quedará nuestra colmena. Devolver el aguijón es hacerse cómplice del enemigo. ¿Quién no descubre el aguijón y el veneno de la traición en las melosas palabras de ésta? La acusada merece la muerte.
Los zánganos juzgaron y dijeron: conocemos nuestro destino, que es perecer por el aguijón. ¿Pero quién sospecha que somos cobardes? El amor y la muerte están ligados. Querer el uno sin la otra es contrario a la lógica, a la costumbre y al honor. La proposición nos ofende. La acusada merece la muerte.
La reina juzgó y dijo: si el razonamiento de la acusada fuese justo, señalaría el fin de la colmena; por ende, es falso. Ella merece la muerte.
Todos los aguijones se volvieron, pues, contra la abeja que había renunciado al suyo.
Todas las que la picaron murieron con valentía. Toda la colmena murió por miedo a quedarse indefensa.
Fuente: LANZA DEL VASTO, Umbral de la vida interior. Pág. 176-7.
ACTIVIDADES
Del texto: EL JUICIO DE LA COLMENA
Lectura.
¿Cuál es la idea central de este texto?
¿Qué opinas de la frase «prefiero morir a manos de mis enemigos que por efecto de mi propia maldad»?
Negarse a empuñar un arma ¿es para ti motivo de traición?
¿Crees que es posible vivir en un mundo sin armas?. Razona tu respuesta. 6.
¿Qué opinión te merece el desenlace de esta historia?
¿Qué piensas de la valentía?
¿Qué es para ti una heroína o un héroe?
¿Qué piensas de la frase «el amor y la muerte están ligados»? ¿Conoces per-sonas o instituciones que defiendan esa unión?
Escribe tu opinión personal sobre esta historia.
Sabes quien fue Lanza del Vasto? Busca información sobre su vida.
Lectura.
¿Cuál es la idea central de este texto?
¿Qué opinas de la frase «prefiero morir a manos de mis enemigos que por efecto de mi propia maldad»?
Negarse a empuñar un arma ¿es para ti motivo de traición?
¿Crees que es posible vivir en un mundo sin armas?. Razona tu respuesta. 6.
¿Qué opinión te merece el desenlace de esta historia?
¿Qué piensas de la valentía?
¿Qué es para ti una heroína o un héroe?
¿Qué piensas de la frase «el amor y la muerte están ligados»? ¿Conoces per-sonas o instituciones que defiendan esa unión?
Escribe tu opinión personal sobre esta historia.
Sabes quien fue Lanza del Vasto? Busca información sobre su vida.
El PAIS SIN PUNTA
Por Gianni Rodari
Juanito Pierdedía era un gran viajero. Viaja que te viaja, llegó una vez a un pueblo en que las esquinas de las casas eran redondas y los techos no terminaban en punta, sino en una suave curva. A lo largo de la calle corría un seto de rosas, y a Juanito se le ocurrió poner-se una en el ojal. Mientras cortaba la rosa estaba muy atento para no pincharse con las espinas, pero en se-guida se dio cuenta de que las espinas no pinchaban; no tenían punta y parecían de goma, y hacían cosqui-llas en la mano.
-Vaya, vaya -dijo Juanito en voz alta.
De detrás del seto apareció sonriente un guardia mu-nicipal.
-¿No sabe que está prohibido cortar rosas?
- Lo siento, no había pensado en ello.
- Entonces pagará sólo media multa - dijo el guardia, que con aquella sonrisa bien habría podido ser el hombrecillo de mantequilla que condujo a Pinocho al País de los Tontos.
Juanito observó que el guardia escribía la multa con un lápiz sin punta, y le dijo sin querer:
- Disculpe, ¿me deja ver su espada?
-¡Cómo no! -dijo el guardia.
Y, naturalmente, tampoco la espada tenía punta.
-¿Pero qué clase de país es éste? - preguntó Juanito.
- Es el País sin punta - respondió el guardia, con tanta amabilidad que sus palabras deberían escribirse todas en letra mayúscula.
- ¿Y cómo hacen los clavos?
- Los suprimimos hace tiempo; sólo utilizamos go-ma de pegar. Y ahora, por favor, déme dos bofetadas. Juanito abrió la boca asombrado, como si hubiera tenido que tragarse un pastel entero.
- Por favor, no quiero terminar en la cárcel por ul-traje a la autoridad. Si acaso, las dos bofetadas tendría que recibirlas yo, no darlas.
- Pero aquí se hace de esta manera - le explicó ama-blemente el guardia-. Por una multa entera, cuatro bo-fetadas, por media multa, sólo dos.
-¿Al guardia?
- Al guardia. - Pero esto no es justo; es terrible.
- Claro que no es justo, claro que es terrible - dijo el guardia -. Es algo tan odioso que la gente, para no verse obligada a abofetear a unos pobrecillos inocen-tes, se mira muy mucho antes de hacer algo contra la ley. Vamos, déme las dos bofetadas, y otra vez vaya con más cuidado.
- Pero yo no le quiero dar ni siquiera un soplido en la mejilla; en lugar de las bofetadas le haré una caricia. - Siendo así - concluyó el guardia-, tendré que acompañarle hasta la frontera.
Y Juanito, humilladísimo fue obligado a abandonar el País sin punta. Pero todavía hoy sueña con poder re-gresar allí algún día, para vivir del modo más cortés, en una bonita casa con un techo sin punta.
Fuente: RODARI, Gianni. Cuentos por teléfono.
ACTIVIDADES
Sobre el texto EL PAIS SIN PUNTA:
Lectura del texto.
¿Cuál es para ti la idea principal que el autor quiere transmitirnos con este cuento?
Juanito es un gran viajero. ¿Te gusta viajar? Haz un esfuerzo de imaginación y escri-be un viaje fantástico a un país en el que a través de tus poderes mágicos vayan desapare-ciendo los defectos de dicho país. Si decides viajar a un país irreal como el país sin punta, tendrás que establecer en primer lugar sus defectos.
¿Qué opinión te merece el remedio que adoptaron en el país sin punta, para que -las personas no infringan la ley?
¿Crees que siempre que se comete una falta o infracción hay que repararla con un castigo? Explica tu respuesta.
¿Qué piensas de los castigos, en la familia, en la escuela, en el conjunto de la socie-dad? ¿Consideras que se deberían suprimir?
En el país sin punta, la gente es muy educada. Por lo que se ve han desterrado la violencia:
¿Crees que sería posible en nuestro país? ¿Qué es para ti la violencia?
¿Cuáles son sus causas?
¿En qué situaciones se produce violencia con tus compañeros/as? ¿Qué medidas harían falta para desterrarla?
¿Qué impresión te ha producido el texto de G. Rodar¡?
Comenta los resultados con tus compañeros y en tu familia.
2006-05-10
EL PAIS DE LOS POZOS
Era el país de los pozos. Cualquier visitante extraño que llegara a aquel país no vería más que pozos: grandes, pequeños, feos, hermosos, ricos, pobres... Alrededor de los pozos apenas se veía vegetación; la tierra estaba reseca.
Los pozos hablaban entre sí, pero a distancia; siempre había tierra de por medio. En realidad, lo único que hablaba era el brocal: lo que se ve a ras de tierra.
Y daba la impresión de que, al hablar, sonaba a hueco. Porque claro, procedía de lugares huecos...
Como el brocal estaba hueco, en los pozos se producía una sensación de vacío, vértigo, ansiedad...
Y cado uno tendía a llenarlo como podía: con cosas, ruidos, sensaciones raras, y hasta con libros y sabiduría...
Entre los pozos los había con un gran brocal en el que cabían muchas cosas.
Otros tenían un brocal pequeñito, pero también cabían cosas.
Las cosas pasaban de moda: entonces los pozos las cambiaban, y continuamente estaban llenando el brocal de cosas nuevas, diferentes... Y quien más tenía era más respetado y admirado...
Pero, en el fondo, no estaban nunca a gusto con lo que tenían. El brocal estaba siempre reseco y sediento...
¿He dicho “en el fondo”?
Bueno, sí: la mayoría, a través de los entresijos que dejaban las cosas, percibían en su interior algo misterioso... sus dedos rozaban en ocasiones el agua en el fondo.
Ante aquella sensación tan rara, unos sintieron miedo y procuraron no volver a sentirla.
Otros, encontraban tanta dificultad a causa de las cosas que abarrotaban el
brocal, que se rindieron pronto, y optaron por olvidar aquello que había “en el fondo”.
También se hablaba –en la superficie– de aquellas “experiencias profundas” que muchos sentían... Pero había quien se reía, bastantes, y decían que todo eso eran ilusiones... que no había más realidad que el brocal y las cosas que entraban en el hueco.
Pero hubo alguno que empezó a mirar hacia dentro... y, entusiasmado con aquella sensación que experimentaba en su profundidad, trató de calar más.
Como las cosas que había ido acumulando le molestaban, prefirió librarse de ellas, y las arrojó fuera de sí. Y el ruido lo fue eliminando, hasta quedarse en silencio.
Entonces, en el silencio del brocal, oyó burbujear el agua allá abajo... y sintió una paz enorme, una paz viva, que venía de la profundidad.
Y ya no eran sólo las manos, sino los brazos, y... todo el pozo, el que se refrescaba y saciaba su sed en el agua.
Entonces el pozo experimentó que “aquello” justamente era su razón de ser; allí, en el fondo, se sentía él mismo. Hasta entonces había creído que el ser pozo era el tener un gran brocal, muy rico y adornado, bien lleno de cosas.
Y así, mientras otros pozos trataban de agrandar su brocal, para que el hueco fuese mayor y cupieran más cosas, éste, buceando en su interior, descubría que lo mejor de sí mismo estaba en la profundidad, y que era “más pozo” cuanto más profundidad tenía...
Feliz por su descubrimiento, intentó comunicarlo, y comenzó a sacar agua de su interior, y el agua, al salir fuera, refrescaba la tierra reseca y la hacía fértil y pronto brotaron las flores alrededor del pozo.
La noticia cundió enseguida. Las reacciones fueron muy variadas: unos se mostraron escépticos ante el descubrimiento; otros sintieron la nostalgia de algo que, en el fondo, también ellos percibían. Otros despreciaron aquel “alarde de poesía”, como lo llamaron. Hubo a quien le pareció una pérdida de tiempo aquel trabajo de sacar agua de su interior...
Y la mayoría optó por no hacer caso, pues la verdad es que estaban muy ocupados rellenando de cosas el brocal, y ya se habían acostumbrado a la satisfacción que el tener les producía, y se sentían a gusto en el ruido, y estaban contentos con las sensaciones que experimentaban desde fuera...
Sin embargo, algunos intentaron la experiencia, y, tras liberarse de las cosas que les rellenaban, encontraron también el agua de su interior.
A partir de entonces las sorpresas para éstos fueron en aumento: comprobaron que, por más agua que sacaban de su interior para esparcirla en torno suyo, no se vaciaban, sino que se sentían más frescos, renovados...
Y, al seguir profundizando en su interior, descubrieron que todos los pozos estaban unidos por aquello mismo que era su razón de ser: el agua.
Así comenzó una comunicación “a fondo” entre ellos, porque las paredes del pozo dejaron de ser límites infranqueables. Se comunicaban “en profundidad”, sin importarles como era el brocal de uno o de otro, ya que eso era superficial y no influía en lo que había en el fondo.
Eso sí: en cada pozo el agua adquiría un sabor, incluso unas propiedades distintas: era lo característico del pozo.
Pero el descubrimiento más sensacional vino después, cuando los pozos que ya vivían en su profundidad llegaron a la conclusión de que el agua que les daba la vida no nacía allí mismo, en cada uno, sino que venía para todos de un mismo lugar... y bucearon siguiendo la corriente del agua...
Y descubrieron... ¡el manantial!
El manantial estaba allá lejos: en la gran Montaña que dominaba el País de los Pozos, que apenas nadie percibía su presencia, pero que estaba allí, majestuosa, serena, pacífica... y con el secreto de la vida en su interior.
La montaña había estado siempre allí: unas veces apenas visible, entre brumas; otras veces radiante, siempre vigilante y dándose cuenta de todo lo que ocurría en torno suyo...
Pero los pozos habían estado muy ocupados en adornar su brocal, y apenas se habían molestado en mirar a la montaña.
La montaña también había estado siempre aquí, en la profundidad de cada pozo, porque su manantial llegaba hasta ellos haciendo que fueron pozos.
Desde entonces, los pozos que habían descubierto su ser, se esforzaban en agrandar su interior y aumentar su profundidad, para que el manantial pudiera llegar con facilidad hasta ellos...
Y el agua que sacaban de sí mismos hacía que la tierra fuera embelleciendo, y transformaban el paisaje...
Mientras allá fuera, en la superficie la mayoría seguían ocupados en ampliar su brocal y en tener cada vez más cosas.
ACTIVIDADES PARA NIÑOS Y JÓVENES
1. ¿Qué significa esta parábola para ti?
2. Busca el significado de los distintos elementos: pozo, brocal, tierra seca, profundidad, vacío, cosas para llenar, corriente interna, sabor del agua, manantial, montaña, agua, flores.
3. ¿Qué significan las siguientes actitudes que se manifiestan en la parábola:
Vivir dentro...vivir fuera
Tener...ser.
Sentirse hueco...sentirse yo
Ruido...silencio.
Mirarse a sí mismo...mirar la montaña.
Los pozos hablaban entre sí, pero a distancia; siempre había tierra de por medio. En realidad, lo único que hablaba era el brocal: lo que se ve a ras de tierra.
Y daba la impresión de que, al hablar, sonaba a hueco. Porque claro, procedía de lugares huecos...
Como el brocal estaba hueco, en los pozos se producía una sensación de vacío, vértigo, ansiedad...
Y cado uno tendía a llenarlo como podía: con cosas, ruidos, sensaciones raras, y hasta con libros y sabiduría...
Entre los pozos los había con un gran brocal en el que cabían muchas cosas.
Otros tenían un brocal pequeñito, pero también cabían cosas.
Las cosas pasaban de moda: entonces los pozos las cambiaban, y continuamente estaban llenando el brocal de cosas nuevas, diferentes... Y quien más tenía era más respetado y admirado...
Pero, en el fondo, no estaban nunca a gusto con lo que tenían. El brocal estaba siempre reseco y sediento...
¿He dicho “en el fondo”?
Bueno, sí: la mayoría, a través de los entresijos que dejaban las cosas, percibían en su interior algo misterioso... sus dedos rozaban en ocasiones el agua en el fondo.
Ante aquella sensación tan rara, unos sintieron miedo y procuraron no volver a sentirla.
Otros, encontraban tanta dificultad a causa de las cosas que abarrotaban el
brocal, que se rindieron pronto, y optaron por olvidar aquello que había “en el fondo”.
También se hablaba –en la superficie– de aquellas “experiencias profundas” que muchos sentían... Pero había quien se reía, bastantes, y decían que todo eso eran ilusiones... que no había más realidad que el brocal y las cosas que entraban en el hueco.
Pero hubo alguno que empezó a mirar hacia dentro... y, entusiasmado con aquella sensación que experimentaba en su profundidad, trató de calar más.
Como las cosas que había ido acumulando le molestaban, prefirió librarse de ellas, y las arrojó fuera de sí. Y el ruido lo fue eliminando, hasta quedarse en silencio.
Entonces, en el silencio del brocal, oyó burbujear el agua allá abajo... y sintió una paz enorme, una paz viva, que venía de la profundidad.
Y ya no eran sólo las manos, sino los brazos, y... todo el pozo, el que se refrescaba y saciaba su sed en el agua.
Entonces el pozo experimentó que “aquello” justamente era su razón de ser; allí, en el fondo, se sentía él mismo. Hasta entonces había creído que el ser pozo era el tener un gran brocal, muy rico y adornado, bien lleno de cosas.
Y así, mientras otros pozos trataban de agrandar su brocal, para que el hueco fuese mayor y cupieran más cosas, éste, buceando en su interior, descubría que lo mejor de sí mismo estaba en la profundidad, y que era “más pozo” cuanto más profundidad tenía...
Feliz por su descubrimiento, intentó comunicarlo, y comenzó a sacar agua de su interior, y el agua, al salir fuera, refrescaba la tierra reseca y la hacía fértil y pronto brotaron las flores alrededor del pozo.
La noticia cundió enseguida. Las reacciones fueron muy variadas: unos se mostraron escépticos ante el descubrimiento; otros sintieron la nostalgia de algo que, en el fondo, también ellos percibían. Otros despreciaron aquel “alarde de poesía”, como lo llamaron. Hubo a quien le pareció una pérdida de tiempo aquel trabajo de sacar agua de su interior...
Y la mayoría optó por no hacer caso, pues la verdad es que estaban muy ocupados rellenando de cosas el brocal, y ya se habían acostumbrado a la satisfacción que el tener les producía, y se sentían a gusto en el ruido, y estaban contentos con las sensaciones que experimentaban desde fuera...
Sin embargo, algunos intentaron la experiencia, y, tras liberarse de las cosas que les rellenaban, encontraron también el agua de su interior.
A partir de entonces las sorpresas para éstos fueron en aumento: comprobaron que, por más agua que sacaban de su interior para esparcirla en torno suyo, no se vaciaban, sino que se sentían más frescos, renovados...
Y, al seguir profundizando en su interior, descubrieron que todos los pozos estaban unidos por aquello mismo que era su razón de ser: el agua.
Así comenzó una comunicación “a fondo” entre ellos, porque las paredes del pozo dejaron de ser límites infranqueables. Se comunicaban “en profundidad”, sin importarles como era el brocal de uno o de otro, ya que eso era superficial y no influía en lo que había en el fondo.
Eso sí: en cada pozo el agua adquiría un sabor, incluso unas propiedades distintas: era lo característico del pozo.
Pero el descubrimiento más sensacional vino después, cuando los pozos que ya vivían en su profundidad llegaron a la conclusión de que el agua que les daba la vida no nacía allí mismo, en cada uno, sino que venía para todos de un mismo lugar... y bucearon siguiendo la corriente del agua...
Y descubrieron... ¡el manantial!
El manantial estaba allá lejos: en la gran Montaña que dominaba el País de los Pozos, que apenas nadie percibía su presencia, pero que estaba allí, majestuosa, serena, pacífica... y con el secreto de la vida en su interior.
La montaña había estado siempre allí: unas veces apenas visible, entre brumas; otras veces radiante, siempre vigilante y dándose cuenta de todo lo que ocurría en torno suyo...
Pero los pozos habían estado muy ocupados en adornar su brocal, y apenas se habían molestado en mirar a la montaña.
La montaña también había estado siempre aquí, en la profundidad de cada pozo, porque su manantial llegaba hasta ellos haciendo que fueron pozos.
Desde entonces, los pozos que habían descubierto su ser, se esforzaban en agrandar su interior y aumentar su profundidad, para que el manantial pudiera llegar con facilidad hasta ellos...
Y el agua que sacaban de sí mismos hacía que la tierra fuera embelleciendo, y transformaban el paisaje...
Mientras allá fuera, en la superficie la mayoría seguían ocupados en ampliar su brocal y en tener cada vez más cosas.
ACTIVIDADES PARA NIÑOS Y JÓVENES
1. ¿Qué significa esta parábola para ti?
2. Busca el significado de los distintos elementos: pozo, brocal, tierra seca, profundidad, vacío, cosas para llenar, corriente interna, sabor del agua, manantial, montaña, agua, flores.
3. ¿Qué significan las siguientes actitudes que se manifiestan en la parábola:
Vivir dentro...vivir fuera
Tener...ser.
Sentirse hueco...sentirse yo
Ruido...silencio.
Mirarse a sí mismo...mirar la montaña.
EL CONVICTO LIBERADO
Cada año, con motivo de las fiestas de aniversario de su coronación, el rey de un pequeño condado liberaba a un prisionero. Cuando cumplió 25 años como monarca, el mismo quiso ir a la prisión acompañado de su Primer Ministro y toda la corte para decidir cuál prisionero iba a liberar.
- Majestad, dijo el primero, "yo soy inocente pues un enemigo me acusó falsamente y por eso estoy en la cárcel".
- A mí, añadió otro, "me confundieron con un asesino pero yo jamás he matado a nadie".
- "El juez me condenó injustamente", dijo un tercero.
Y así, todos y cada uno manifestaba al rey porque razones merecían precisamente la gracia de ser liberados.
Había un hombre en un rincón que no se acercaba y que por el contrario permanecía callado y algo distraído. Entonces, el rey le preguntó: "Tu, ¿porque estás aquí?
- El hombre contestó: "Porque maté a un hombre majestad, yo soy un asesino".
- ¿Y porque lo mataste?, inquirió el monarca.
- Porque estaba muy violento en esos momentos, contestó el recluso.
- ¿Y porque te violentaste?, continuó el rey.
- Porque no tengo dominio sobre mi enojo
Pasó un momento de silencio mientras el rey decidía a quien liberaría. Entonces tomó el cetro y dijo al asesino que acaba de interrogar: "Tú sales de la cárcel".
Pero majestad, replicó el Primer Ministro, ¿acaso no parecen más justos cualquiera de los otros?
Precisamente por eso -respondió el rey- saco a este malvado de la cárcel para que no eche a perder a todos los demás que parecen tan buenos.
El único pecado que no puede ser perdonado es el que no reconocemos. Es necesario confesar que somos pecadores y no tan buenos como muchas veces tratamos de aparentar.
DOS VASIJAS
Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros.
Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota sólo tenía la mitad del agua. Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.
Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al cargador diciéndole: "Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías."
Éste le dijo compasivamente: "cuando regresemos a la casa, quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino". Así lo hizo la tinaja. y en efecto vio muchísimas flores hermosas a lo largo, pero de todos modos se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar.
Él entonces le dijo:
-¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi maestro. Si no fueras exactamente como eres, con todo y tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.
Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, pero debemos saber que siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener buenos resultados.
PARÁBOLA DEL PEQUEÑO CARACOL
Aquel pequeño caracol emprendió la ascensión a un cerezo en un desapacible día de finales de primavera.
Al verlo, unos gorriones de un árbol cercano estallaron en carcajadas: ¿no sabes que no hay cerezas en esta época del año?.
El caracol, sin detenerse, replicó: “no importa. Ya las habrá cuando llegue arriba”.
EL VIOLINISTA LLAMADO PAGANINI
Había una vez un violinista llamado Paganini.
Algunos decían que era muy raro. Otros que era sobrenatural. Que era mágico. Las notas mágicas que salían de su violín tenían un sonido diferente, por eso nadie quería perder la oportunidad de ver su espectáculo.
Una noche , el público estaba preparado para recibirlo.
La orquesta entró y fue aplaudida. El director fue ovacionado. pero cuando Paganini apareció , el público deliró (aplaudía, gritaba, ...). Paganini coloca su violín en el hombro y lo que sigue es indescriptible, sorprendente, ...
Blancas, negras, corcheas,...las notas parecen tener alas y volar con el toque de aquellos dedos encantados.
¡DE REPENTE, un sonido extraño interrumpe el ensueño...
¡Una de las cuerdas del violín de Paganini se rompe!
El director de la orquesta paró. La orquesta paró de tocar. El público paró.
¡Pero Paganini no paró. Mirando su partitura, él continuó sacando sonidos deliciosas de su violín sin problemas. El director y la orquesta , admirados, vuelven a tocar.
El público se calmó, cuando DE REPENTE, otro sonido extraño...
¡Otra cuerda del violín de Paganini se rompe!
El director paró de nuevo. La orquesta paró también.
¡Paganini no paró. Como si nada hubiera ocurrido, olvidó las dificultades y siguió arrancando sonidos imposibles de su violín.
El director y la orquesta , impresionados , vuelven a tocar.
Pero el público no podía imaginar lo que iba a ocurrir a continuación.
Todas las personas, asombradas, gritaron un OHHHH! Que retumbó por toda la sala.
Una tercera cuerda del violín de Paganini se rompió. El director para. La orquesta para.
La respiración de público para.
¡Pero Paganini NO para!!!.
Como si fuera un contorsionista musical, arranca todos los sonidos posibles de la única cuerda que sobra de aquel violín destruido. Ninguna nota fue olvidada.
El director ,asombrado ,se anima. La orquesta también. El público pasa del silencio a la euforia (grita, aplaude , se pone de pie, llora,...Pagani alcanza la Gloria, triunfa, ...
MORALEJA:
Cuando todo parece derrumbarse, sigamos adelante!!!
Despertemos al Paganini que existe dentro de nosotros: sigamos adelante para vencer!!!
“Victoria” es el arte de continuar “donde todos resuelven parar”
Nota: Contarlo a vuestros hijos e hijas
EL MUÑECO DE NIEVE
Habia dejado de nevar y los niños, ansiosos de libertad, salieron de casa y empezaron a corretear por la blanca y mullida alfombra recien formada.
La hija del herrero, tomando puñados de nieve con sus manitas hábiles, se entrego a la tarea de moldearla.
- Haré un muñeco como el hermanito que hubiera deseado tener, se dijo.
Le salió un niñito precioso, redondo, con ojos de carbón y un botón rojo por boca. La pequeña estaba entusiasmada con su obra y convirtió al muñeco en su inseparable compañero durante los tristes días de aquel invierno. Le hablaba, le mimaba...
Pero pronto los días empezaron a ser mas largos y los rayos de sol mas calidos... El muñeco se fundió sin dejar mas rastro de su existencia que un charquito con dos carbones y un botón rojo. La niña lloro con desconsuelo.
Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo dulcemente: Seca tus lagrimas, bonita, por que acabas de recibir una gran lección: ahora ya sabes que no debe ponerse el corazón en cosas perecederas.
2006-05-09
EL ZORRO MUTILADO
Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo podría sobrevivir. Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.
Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre. Él comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo:
«Voy también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito. »
Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: « ¡Oh tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado.»
Por la calle vi a una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: «¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo? »
Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: «Ciertamente que he hecho. Te he hecho a ti. »
ANTHONY DE MELLO, El canto del pájaro
LA PELEA DE LOS HIJOS DEL LABRADOR
Los hijos de un labrador estaban peleados. Éste, a pesar de sus muchas recomendaciones, no conseguía con sus argumentos hacerles cambiar de actitud. Decidió que había que conseguirlo con la práctica. Les exhortó a que le trajeran un haz de varas. Cuando hicieron lo ordenado, les entregó primero las varas juntas y mandó que las partieran. Aunque se esforzaron no pudieron; a continuación, desató el haz y les dio las varas una a una. Al poderlas romper así fácilmente dijo: «Pues bien, hijos, también vosotros, si conseguís tener armonía seréis invencibles ante vuestros enemigos, pero si os peleáis, seréis una presa fácil.» La fábula muestra que tan superior en fuerza es la concordia como fácil de vencer es la discordia.
Entre los antiguos había un hombre muy viejo que tenía muchos hijos. Cuando iba a terminar ya su vida les pidió que le trajesen, si la había, una gavilla de finos juncos. Uno de ellos se la trajo: «Intentad, hijos, con toda vuestra fuerza, romper los juncos así entrelazados unos con otros.» Pero ellos no podían. «Intentadlo ahora de uno en uno.» A medida que los rompían con toda facilidad, les dijo: «Hijos míos, de igual manera si convivís todos unos con otros, nadie podrá haceros daño, por mucha fuerza que tenga. En cambio, si cada uno toma una decisión al margen del otro, os pasará lo mismo que a cada uno de los juncos. »
La hermandad es el mayor bien de los hombres: incluso a los humildes los eleva a las alturas.
ESOPO, Fábulas
CUENTO: LA TETERA
Por HANS CHRISTIAN ANDERSEN,
Cuentos completos
Érase una vez una tetera muy arrogante; estaba orgullosa de su porcelana, de su largo pitón, de su ancha asa; tenía algo delante y algo detrás: el pitón delante, y detrás el asa, y se complacía en hacerlo notar. Pero nunca hablaba de su tapadera, que estaba rota y encolada; o sea, que era defectuosa, y a nadie le gusta hablar de los propios defectos, ¡bastante lo hacen los demás! Las tazas, la mantequera y la azucarera, todo el servicio de té, en una palabra, a buen seguro que se había fijado en la hendidura de la tapa y hablaba más de ella que de la artística asa y del estupendo pitón. ¡Bien lo sabía la tetera!
«¡Las conozco! -decía para sus adentros-. Pero conozco también mis defectos y los admito; en eso está mi humildad, mi modestia. Defectos los tenemos todos, pero una tiene también sus cualidades. Las tazas tienen un asa, la azucarera una tapa. Yo, en cambio, tengo las dos cosas, y además, por la parte de delante, algo con lo que ellas no podrán soñar nunca: el pitón, que hace de mí la reina de la mesa de té. El papel de la azucarera y la mantequera es de servir al paladar, pero yo soy la que otorgo, la que impero: reparto bendiciones entre la humanidad sedienta; en mi interior, las hojas chinas se elaboran en el agua hirviente e insípida.»
Todo esto pensaba la tetera en los despreocupados días de su juventud. Estaba en la mesa puesta, manejada por una mano primorosa. Pero la primorosa mano resultó torpe, la tetera se cayó, rompióse el pitón y rompióse también el asa; de la tapa no valía la pena hablar; ¡bastante disgusto había causado ya antes! La tetera yacía en el suelo sin sentido, y se salía toda el agua hirviendo. Fue un rudo golpe, y lo peor fue que todos se rieron: se rieron de ella y no de la torpe mano.
-¡Este recuerdo no se borrará nunca de mi mente! -exclamó la tetera cuando, más adelante, relataba su vida-. Me llamaron inválida, me pusieron en un rincón, y al día siguiente me regalaron a una mujer que vino a mendigar un poco de grasa del asado. Descendí al mundo de los pobres, tan inútil por dentro como por fuera, y, sin embargo, allí empezó para mí una vida mejor. Se empieza siendo una cosa, y de pronto se pasa a ser otra distinta... Me llenaron de tierra, lo cual, para una tetera, es como si la enterrasen; pero entre la tierra pusieron un bulbo. Quién lo hizo, quién me lo dio lo ignoro; el caso es que me lo regalaron. Fue una compensación por las hojas chinas y el agua hirviente, por el asa y el pitón rotos. Y el bulbo depositado en la tierra, en mi seno, se convirtió en mi corazón, mi corazón vivo; nunca lo había tenido. Desde entonces hubo vida en mí, fuerza y energías. Latió el pulso, el bulbo germinó, estalló por la expansión de sus pensamientos y sentimientos, que cristalizaron en una flor. La vi, la sostuve, olvidéme de mí misma ante su belleza.¡ Dichoso el que se olvida de sí por los demás! No me dio las gracias ni pensó en mí; a él iban la admiración y los elogios de todos. Si yo me sentía tan contenta, ¿cómo no iba a ser ella admirada? Un día oí decir a alguien que se merecía una maceta mejor. Me partieron por la mitad; ¡ay, cómo dolió!, y la flor fue trasplantada a otro tiesto más nuevo, mientras a mí me arrojaron al patio, donde estoy convertida en cascos viejos. Mas conservo el recuerdo, y nadie podrá quitármelo.
«¡Las conozco! -decía para sus adentros-. Pero conozco también mis defectos y los admito; en eso está mi humildad, mi modestia. Defectos los tenemos todos, pero una tiene también sus cualidades. Las tazas tienen un asa, la azucarera una tapa. Yo, en cambio, tengo las dos cosas, y además, por la parte de delante, algo con lo que ellas no podrán soñar nunca: el pitón, que hace de mí la reina de la mesa de té. El papel de la azucarera y la mantequera es de servir al paladar, pero yo soy la que otorgo, la que impero: reparto bendiciones entre la humanidad sedienta; en mi interior, las hojas chinas se elaboran en el agua hirviente e insípida.»
Todo esto pensaba la tetera en los despreocupados días de su juventud. Estaba en la mesa puesta, manejada por una mano primorosa. Pero la primorosa mano resultó torpe, la tetera se cayó, rompióse el pitón y rompióse también el asa; de la tapa no valía la pena hablar; ¡bastante disgusto había causado ya antes! La tetera yacía en el suelo sin sentido, y se salía toda el agua hirviendo. Fue un rudo golpe, y lo peor fue que todos se rieron: se rieron de ella y no de la torpe mano.
-¡Este recuerdo no se borrará nunca de mi mente! -exclamó la tetera cuando, más adelante, relataba su vida-. Me llamaron inválida, me pusieron en un rincón, y al día siguiente me regalaron a una mujer que vino a mendigar un poco de grasa del asado. Descendí al mundo de los pobres, tan inútil por dentro como por fuera, y, sin embargo, allí empezó para mí una vida mejor. Se empieza siendo una cosa, y de pronto se pasa a ser otra distinta... Me llenaron de tierra, lo cual, para una tetera, es como si la enterrasen; pero entre la tierra pusieron un bulbo. Quién lo hizo, quién me lo dio lo ignoro; el caso es que me lo regalaron. Fue una compensación por las hojas chinas y el agua hirviente, por el asa y el pitón rotos. Y el bulbo depositado en la tierra, en mi seno, se convirtió en mi corazón, mi corazón vivo; nunca lo había tenido. Desde entonces hubo vida en mí, fuerza y energías. Latió el pulso, el bulbo germinó, estalló por la expansión de sus pensamientos y sentimientos, que cristalizaron en una flor. La vi, la sostuve, olvidéme de mí misma ante su belleza.¡ Dichoso el que se olvida de sí por los demás! No me dio las gracias ni pensó en mí; a él iban la admiración y los elogios de todos. Si yo me sentía tan contenta, ¿cómo no iba a ser ella admirada? Un día oí decir a alguien que se merecía una maceta mejor. Me partieron por la mitad; ¡ay, cómo dolió!, y la flor fue trasplantada a otro tiesto más nuevo, mientras a mí me arrojaron al patio, donde estoy convertida en cascos viejos. Mas conservo el recuerdo, y nadie podrá quitármelo.
EL PROBLEMA DEL SULTÁN
El sultán estaba desesperado por no encontrar un nuevo recaudador.
-¿No hay ningún hombre honesto en este país que pueda recaudar los impuestos sin robar dinero? -se lamentó el sultán. Acto seguido llamó a su consejero más sabio y le explicó el problema.
-Anunciad que buscáis un nuevo recaudador, Alteza -dijo el consejero-, y dejadme a mí el resto.
Se hizo el anuncio y aquella misma tarde la antecámara del palacio estaba llena de gente. Había hombres gordos con trajes elegantes, hombres delgados con trajes elegantes y un hombre con un traje vulgar y usado. Los hombres de los trajes elegantes se rieron de él.
-El sultán, por supuesto, no va a seleccionar a un pobre como su recaudador -dijeron todos.
Por fin entró el sabio consejero.
-El sultán os verá a todos en seguida -dijo-, pero tendréis que pasar de uno en uno por el estrecho corredor que lleva a sus aposentos.
El corredor era oscuro y todos tuvieron que ir palpando con sus manos para encontrar el camino. Por fin, todos se reunieron ante el sultán.
-¿Qué hago ahora? -susurró el sultán.
-Pedid que bailen todos -dijo el hombre sabio.
Al sultán le pareció extraña aquella medida, pero accedió, y todos los hombres empezaron a bailar.
- Nunca en mi vida he visto unos bailarines tan torpes -dijo el sultán-. Parece que tienen pies de plomo.
Sólo el hombre pobre pudo saltar mientras bailaba.
- Este hombre es vuestro nuevo recaudador- dijo el hombre sabio-. Llené el corredor de monedas y joyas y él fue el único que no llenó sus bolsillos con las joyas robadas.
El sultán había encontrado un hombre honrado.
EL PASTOR BROMISTA
Un pastor, que llevaba su rebaño bastante lejos de la aldea, se dedicaba a hacer la siguiente broma: se ponía a gritar pidiendo auxilio a los aldeanos diciendo que unos lobos atacaban a sus ovejas. Dos o tres veces los de la aldea se asustaron y acudieron corriendo, volviéndose después burlados; pero al final ocurrió que los lobos se presentaron de verdad. Y mientras su rebaño era saqueado, gritaba pidiendo auxilio, pero los de la aldea, sospechando que bromeaba, según tenía por costumbre, no se preocuparon. Y así, ocurrió que se quedó sin ovejas.
La fábula muestra que los mentirosos sólo ganan una cosa: no tener crédito aun cuando digan la verdad.
Esopo, Fábulas
2006-05-05
EL CUERVO Y LA ZORRA
Un cuervo que había robado un trozo de carne, se posó en un árbol. Y una zorra, que lo vio, quiso adueñarse de la carne, se detuvo y empezó a exaltar sus proporciones y belleza, le dijo además que le sobraban méritos para ser el rey de las aves y, sin duda, podría serlo si tuviera voz. Pero al querer demostrar a la zorra que tenía voz, dejó caer la carne y se puso a dar grandes graznidos. Aquélla se lanzó y después que arrebató la carne, dijo: «Cuervo, si también tuvieras juicio, nada te faltaría para ser el rey de las aves. »
La fábula vale para el insensato.
Fábulas de Esopo.
LA ARMONÍA Y LA ENTREGA
Cuando el soberano de un reino vecino anunció su propósito de visitar el monasterio, todo el mundo exteriorizó su nerviosismo. Sólo el Maestro mantuvo su habitual calma.
Conducido el rey a presencia del Maestro, le hizo una profunda reverencia y le dijo: «He oído decir que has alcanzado la perfección mística, y quisiera saber cuál es la esencia de lo místico. »
«¿Para qué?», preguntó el Maestro.
«Deseo averiguar la naturaleza del ser, a fin de poder controlar mi propio ser y el de mis súbditos y conducir a mi pueblo a la armonía. »
«Está bien», dijo el Maestro, «pero debo advertirte que, cuando hayas avanzado en tu averiguación, descubrirás que esa armonía que buscas no se consigue a base de control, sino a base de entrega. »
ANTHONY DE MELLO, Un minuto para el absurdo
CUENTO: EL GIGANTE EGOÍSTA
Oscar Wilde
Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto.
Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.
-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.
Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.
-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él.
Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel:
Prohibida la entrada.
Los transgresores serán procesados judicialmente.
Era un gigante muy egoísta.
Los pobres niños no tenían ahora donde jugar.
Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó.
Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.
-¡Que felices éramos allí!- se decían unos a otros.
Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno.
Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no había niños, y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a dormir.
Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.
-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban. -Podremos vivir aquí durante todo el año.
La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento aceptó.
Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el jardín, derribando los capuchones de la chimeneas.
-Este es un sitio delicioso- decía. -Tendremos que invitar al Granizo a visitarnos.
Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompió la mayoría de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín corriendo lo más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará!
Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno.
-Es demasiado egoísta- se dijo.
Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles.
Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.
-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio?
Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños.
Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él.
-¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.
-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños para siempre.
Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho.
Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con toda suavidad y salió al jardín.
Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno.
Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó.
Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.
-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto.
Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante.
-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que subí al árbol?- preguntó.
El gigante era a este al que más quería, porque lo había besado.
-No sabemos contestaron los niños- se ha marchado.
-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante.
Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él.
-¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir.
Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las flores más bellas.
Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores.
De pronto se frotó los ojos atónito y miró y remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeño al que tanto quiso.
El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:
- ¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos.
-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle.
-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor.
-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño.
Y el niño sonrió al gigante y le dijo:
-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.
Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos.
2006-05-03
LA PELEA DE LOS HIJOS DEL LABRADOR
Los hijos de un labrador estaban peleados. Éste, a pesar de sus muchas recomendaciones, no conseguía con sus argumentos hacerles cambiar de actitud. Decidió que había que conseguirlo con la práctica. Les exhortó a que le trajeran un haz de varas. Cuando hicieron lo ordenado, les entregó primero las varas juntas y mandó que las partieran. Aunque se esforzaron no pudieron; a continuación, desató el haz y les dio las varas una a una. Al poderlas romper así fácilmente dijo: «Pues bien, hijos, también vosotros, si conseguís tener armonía seréis invencibles ante vuestros enemigos, pero si os peleáis, seréis una presa fácil.» La fábula muestra que tan superior en fuerza es la concordia como fácil de vencer es la discordia.
Entre los antiguos había un hombre muy viejo que tenía muchos hijos. Cuando iba a terminar ya su vida les pidió que le trajesen, si la había, una gavilla de finos juncos. Uno de ellos se la trajo: «Intentad, hijos, con toda vuestra fuerza, romper los juncos así entrelazados unos con otros.» Pero ellos no podían. «Intentadlo ahora de uno en uno.» A medida que los rompían con toda facilidad, les dijo: «Hijos míos, de igual manera si convivís todos unos con otros, nadie podrá haceros daño, por mucha fuerza que tenga. En cambio, si cada uno toma una decisión al margen del otro, os pasará lo mismo que a cada uno de los juncos. »
La hermandad es el mayor bien de los hombres: incluso a los humildes los eleva a las alturas.
ESOPO, Fábulas
LA NIÑA DE LOS FÓSFOROS
Por Hans Christian Andersen
¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.
Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!
Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.
-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
CUANDO SEA VIEJO
La edad trae una etapa en la vida que no siempre es fácil de llevar, y donde tenemos que ser más comprensivos que nunca.
El día que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.
Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide cómo atarme mis zapatos, recuerda las horas que pase enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras que sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño(a) para que te durmieras tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
Cuando estemos reunidos y sin querer haga mis necesidades, no te avergüences y compréndeme que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niño(a) te ayude y estuve paciente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo. Acéptame y perdóname. Ya que soy el niño ahora.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que yo fui quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y tu educación para enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia por ti.
Cuando en algún tiempo mientras conversamos me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te burles de mí; tal vez no era importante lo que hablaba y me conforme con que me escuches en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuanto puedo y cuanto no debo. También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.
Cuando me fallen mis piernas por estar cansadas para andar, dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuánto te ame. Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa entonces que con el paso que me adelanto a dar estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste o impotente por verme como me ves. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.
COMO EL LÁPIZ
El niñito miraba al abuelo escribir una carta. En un momento dado le preguntó:
- ¿Abuelo, estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí?
El abuelo dejó de escribir, sonrió y le dijo al nieto:
- Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.
El nieto miró el lápiz intrigado, y no vio nada de especial en él, y preguntó:
- ¿Qué tiene de particular ese lápiz?
El abuelo le respondió:
- Todo depende del modo en que mires las cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.
Primera cualidad: Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos. Esta mano la llamamos Dios, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad.
Segunda cualidad: De vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final, estará más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona.
Tercera cualidad: El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.
Cuarta cualidad: Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior.
Quinta cualidad: Siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Por eso intenta ser consciente de cada acción.
EL TRIPLE FILTRO DE SÓCRATES
En la antigua Grecia, Sócrates fue famoso por su sabiduría y por el gran respeto que profesaba a todos.
Un día un conocido se encontró con el gran filósofo y le dijo:
- ¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?
- Espera un minuto - replicó Sócrates. Antes de decirme nada quisiera que pasaras un pequeño examen. Yo lo llamo el examen del triple filtro.
- ¿Triple filtro?
-Correcto -continuó Sócrates. Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo el examen del triple filtro. El primer filtro es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?
- No -dijo el hombre-, realmente solo escuché sobre eso y...
- Bien -dijo Sócrates. Entonces realmente no sabes si es cierto o no.
- Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad. ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?
- No, por el contrario...
- Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de
que sea cierto.
Pero podría querer escucharlo porque queda un filtro: el filtro de la utilidad. ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?
- No, la verdad que no.
- Bien -concluyó Sócrates-, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, e incluso no es útil ¿para qué querría saberlo?
Usa este triple filtro cada vez que oigas comentarios sobre alguno de tus amigos cercanos y queridos...
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