Un amigo le preguntó a Samuel B. Morse, el inventor del telégrafo: “¿Qué hacías en los momentos de dificultad?”.Le contestó el inventor con toda sencillez:
- “Te voy a responder en confianza, pues es algo que nunca he revelado en público. Cuando no sabía qué camino tomar, me ponía de rodillas y le pedía a Dios luz y conocimiento”.
- “¿Y le venía la luz y el conocimiento?”, le preguntó el amigo.
- Sí – declaró Morse. Y tengo que decirle que cuando me llegaron honores y alabanzas a cuenta del invento que lleva mi nombre, nunca creí que me las merecía. He dado una aplicación valiosa de la electricidad, no porque yo fuera superior a otros hombres, sino únicamente porque Dios, que quería concedérsela a la humanidad, tenía que descubrírsela a alguien, y le pareció bien descubrírmela a mí”.