Oda Nabunaga fue un señor de la
guerra; medio legendario, a quien entre otras epopeyas se le atribuye la sangrienta
unificación del Japón medieval. Se dice que Oda Nabunaga se dirigió con su
pequeño ejército a enfrentarse con otro señor feudal que tenía un ejército
mucho más numeroso. Sus vasallos estaban desmoralizados.
Cerca del lugar donde se debía
dirimir la batalla se erigía un templo sintoísta. Era un templo muy parecido al
de Delfos en la antigua Grecia, que tenía la capacidad de vaticinar los favores
divinos: las personas acudían allí para orar a los dioses y pedirles su gracia.
Cuando se salía del santuario era costumbre lanzar una moneda al aire; si salía
cara, se cumplían los favores que se habían pedido.
Oda Nabunaga fue al templo y rogó
ayuda de los dioses para que fuesen favorables a su ejército a pesar de ser
menos numeroso. Al salir del templo, lanzó la moneda y salió cara. Sus
guerreros envalentonados se dirigieron presurosos a la batalla y la ganaron.
Cuando la lucha se acabó, un
lugarteniente se dirigió a Oda Nabunaga y le dijo: «Estamos en manos del destino,
nada podemos hacer contra aquello que deciden los dioses», y Oda Nabunaga le
contestó: «Cuanta razón tienes, amigo mío», y le enseñó la moneda: tenía dos
caras.
La resiliencia es andar por la
vida con una moneda de dos caras. La moraleja de la historia de Nabunaga nos
dice que, a menudo, el destino está en nuestras manos. El futuro se debe
construir y nosotros tenemos mucho que decir al respecto. Para hacer realidad
aquello que queremos, es necesario creer que nuestro futuro no es un regalo. No
estamos delante de una situación totalmente ajena a nosotros, más bien, nuestro
futuro es algo que podemos conquistar. El ser humano tiene la capacidad de ser
guionista y protagonista de sus propias historias.