2006-06-13

EL AMOR QUE ATRAVIESA EL FUEGO



(Cuento Fon)

Erase una vez un joven cuyos padres habían ido a consultar a Fa cuando nació y Fa les respondió diciendo que el muchacho no debía casarse jamás. El muchacho creció y un día que se paseaba por el mercado, una joven que se encontraba vendiendo en un tenderete próximo le dijo repentinamente:

-Joven, quiero casarme contigo. El joven le respondió diciendo:

- Lo siento pero no me puedo casar contigo. La muchacha no se quedó convencida por la respuesta del joven y le contestó diciendo que sería su mujer por encima de todo y nada ni nadie me lo podrá impedir.

Un día que la joven vendedora se enteró de que su amor estaba en los alrededores, fue a verle y le habló de tal manera que el joven la aceptó por su mujer. Fa se lo había prohibido y el enamorado no tardó en morir.

Los padres, cuando se enteraron de lo que había pasado, fueron a ver a la joven viuda y le reprocharon su conducta y le pidieron que les devolviese a su hijo sano y salvo. Consultaron a Fa y Fa les dijo:

- Vuestro hijo puede volver a la vida pero antes tenéis que cavar una fosa, la llenaréis de leña, le prenderéis fuego y el joven volverá a la vida

El sacerdote, ayudado por la familia, cavó la fosa, la llenó de leña, le prendió fuego y echó aceite por encima, pero ni el padre ni la madre se atrevieron a pasar a través de las llamas. La joven, viendo el comportamiento de la familia, por amor al que había tomado por marido y sintiéndose culpable de su muerte, se colocó delante del fuego y cantó así:

Sería una vergüenza si no atravesara el fuego.

El padre que trabajó para educar a sus hijos no quiere.

La madre que veló y cuidó de él no quiere

Los tíos y tías de la familia no quieren. Yo pasaré a través de las llamas, si no lo hiciese me cubriría de vergüenza.

Avanzó hacia las llamas y se cayó encima. Todos gritaron:"¡Se está quemando! ¡ha muerto!". Los allí reunidos lanzaron leña al fuego y aceite desde el amanecer hasta la noche y cuando estaba amaneciendo vieron llegar a los dos jóvenes cogidos de la mano, el muchacho cantaba:

Si mi padre que trabajó y que sufrió para criarme no quiso atravesar el fuego.

Si mi madre que veló y pasó noches enteras junto a mí no quiso atravesar el fuego. Esta muchacha me ha salvado me ha dado la libertad. Ahora soy como los demás El amor es más fuerte que la muerte.

Cuento fon

UN CASCOTE Y UN COLLAR



En un pueblecito yoruba vivían dos agricultores. Un día, uno de ellos fue a visitar al otro y le pidió prestado el cuello de un cántaro roto que había visto en el patio de su vecino. Este se lo dio y aquel lo puso como rotección de un arbol de kola jovencito que las gallinas impedían su desarrollo. El arbol creció y se desarrollaron sus ramas que emezaron a dar fruto. Cuando recogió las primeras nueces de Kola, fue a ver a su vecino y le entregó un buen puñado como prueba de agradecimiento. El vecino, sorprendido, reaccionó de forma insospechada, fue a ver a su congénere y le exigió que devolviese su cuello de cántaro.

- Es imposible, el arbol ha crecido dentro del anillo de la vasija de barro.

- Me da lo mismo, yo quiero mi cascote de arcilla.

Nadie pudo convencerle de lo irracional de su conducta, ni siquiera el rey del lugar, y el dueño del colatero tuvo que cortar el arbol para devolverle su boca de cántaro.
Un tiempo después los dos hombres se convirtieron en padres de familia, los dos tuvieron una hija que con el paso del tiempo se convirtieron en buenas amigas. La hija del propietario del cascote se casó y tuvo a su vez una hija. Un día fue a ver a su vecina y le dijo:

- Nuestra familia celebra una fiesta y quiero que mi hija sea la que lleve las mejores y más bellas ropas. Tengo ya todo lo necesario. Sólome falta un collar y quería pedirte el tuyo, aquel tan bonito que llevabas cuando tenías su edad.

La muchacha aceptó. Fue a buscar el collar y lo puso al cuello de la niña. Cuando volvió a su casa, le dijo a su padre lo que había sucedido. El padre le respondió:

- Has hecho muy bien, pero te ruego que no lo aceptes cuando te lo devuelvan si no es tal y como tú lo anudaste a la niña.
Cuando terminó la fiesta, la madre de la niña quiso devolver el collar a la dueña pero esta la detuvo diciendo:

- No, no no. Devuélvemelo tal y como se lo dejé a la niña. La madre trató de soltarlo pero le fue totalmente imposible mientras su amiga le decía:

- - No lo sueltes porque yo no te lo dejé así, dámelo tal como te lo dí. Sácaselo por encima de la cabeza.

- Eso es imposible.

- Pero me tienes que dar el collar.

No había manera de resolver el problema hasta que el rey propuso que los ancianos del reino estudiasen la cuestión. Entonces recordaron que el monarca anterior había dictado una sentencia que tendría funestas consecuencias para el juicio que debía dictar al día siguiente y entonces recordaron el enfrentamiento que hubo entre el propietario del collar y el de el cuello del cántaro y cómo aquel tuvo que cortar su arbol por el capricho de su vecino.

Entonces, concluyeron diciendo:

- Majestad, la sentencia que tendreis que dar mañana os será dictada por vuestro propio padre; si hubo que cortar el arbolito de kola para devolver un viejo trozo de arcilla, habrá tambien que cortar la cabeza de la jovencita para devolver el collar.

Cuento fon

2006-06-07

EL OGRO Y ALE




El Ogro, al que también llamaban el Astuto, y Ale eran muy amigos. Se querían de verdad y se confiaban todos los secretos. Ambos solían ir juntos de caza y colocaban sus cepos en el bosque, cada uno los suyos, y cada uno los recogía por la tarde con las piezas que habían caído durante el día. La suerte era incierta, unas veces ganaba Ale y otras el Ogro. Ambos gozaban de una suerte cambiante, pero eso nunca creó entre ellos ni celos ni desconfianzas Los dos se daban una vuelta por la tarde para recoger el botín del día. Aquella tarde, la pieza de Ale era mayor y de mejores carnes que la del Ogro, la diferencia era notable y es así como nació la envidia en el corazón del Ogro contra su amigo Ale, hasta el punto que no paraba de darle vueltas a la cabeza buscando un medio para sustraer la caza de Ale, hasta que no pudiendo más, dijo a su amigo:

- Querido amigo, creo que lo mejor que podemos hacer es comernos aquí mismo la caza del día. Llevarlas hasta nuestras guaridas me parece una tarea poco menos que imposible, perderemos el tiempo y nos cansaremos en vano. Lo mejor es que nos sentemos en este lugar que parece acogedor y demos buena cuenta de lo que hemos cazado. Para eso somos amigos, para compartir todo lo que tenemos. Venga, trae lo que tú has cogido, vamos a empezar por tu pieza, que es la mejor, y luego seguiremos con la mía. El Ogro pensaba comerse la caza de su amigo y conservar la suya. Pero su amigo Ale no era tan tonto como se creía el Ogro, la verdad es que le había sorprendido mucho su actitud, nunca había actuado así, pero enseguida comprendió cuales eran las intenciones de su amigo y respondió:

- Amigo mío y querido. Estoy de acuerdo con que nos detengamos aquí para comer y no tener que arrastrar la caza hasta nuestros hogares que están lejos, pero creo que es mejor que nos comamos la tuya que es más flaca y poca cosa y conservemos la mía que es mayor.

Ale quería conservar su animal y llevárselo a casa vivo, tal como lo conservaba hasta el instante. El Ogro aceptó la idea de su amigo y se comió de forma egoísta y glotona su caza dando solamente a su compañero de aventuras la lengua de su animal..Éste la metió en la boca pero no se la tragó.. Poco después, una fuerte discusión surgió entre los dos amigos preparada por el Ogro; y cuando más fuerte se discutía el Ogro reclamó la lengua de su animal pensando que Ale se la había comido ya, pero Ale la sacó de su boca y se la entregó sin ninguna protesta ni enojo. El Ogro, no pudiendo llevar a efecto sus planes, se excusó e invitó a su amigo a tragarse la parte que le correspondía de su pieza , pero Alè no le hizo caso y cada vez que el Ogro se volvía a enfadar y a exigir la devolución de su lengua, Ale se la presentaba hasta que Ale creyó que la discusión había terminado y se comió definitivamente la carne.. El Ogro, buen observador, se dió cuenta de que por fin su amigo se había tragado la lengua de su animal y volvió a reclamársela. Ale, no sabiendo cómo reaccionar, confesó que se la había comido. ¿Qué va a decir? No lo podía negar.

- Si es así, vamos a matar a tu animal y nos lo vamos a comer ahora mismo; argumentó el Ogro lleno de cólera fingida y dispuesto a realizar sus deseos.

El Ogro mató la caza de Ale y a éste le entregó la cabeza guardándose el resto del animal. Ale se calló, no quiso discutir, era inutil. Así es que, sin decir nada marchó camino adelante fingiendo una humillación que le era difícil soportar. Abandonó a su amigo en el bosque y se adelantó un buen trecho. Cavó un agujero profundo y se metió dentro sosteniendo con sus manos la cabeza que le había dado su amigo. Nadie se podía imaginar que alguien sostenía esa cabeza desde el interior del agujero. Era una trampa que había preparado para vengarse del Ogro.

Al poco rato apareció su ilustre amigo feliz y orgulloso de haber vencido a su compañero sustrayéndole con su ingenio la carne tan exquisita que había cazado ese día. De repente, descubrió en el suelo una cabeza misteriosa que emergía de la tierra produciendo un ruido de ultratumba. Eso no podía ser nada más que un fetiche y el Ogro, aterrorizado, cayó de rodillas. La voz decía:

- Ogro, te estás portando de manera irrespetuosa. Esta tierra es sagrada y la has profanado, dame las piernas del animal que has cazado.

El Ogro se las dio, pero el fetiche no se contentó con ello y pidió las costillas, el lomo, toda la carne que el Ogro había sustraído a su amigo Ale.

- ¡Y ahora quiero que me des una de tus piernas!, gritó el fetiche.

El Ogro, temblando de miedo, inició una veloz carrera a través de la sabana que desapareció en un instante y no se le volvió a ver más, temeroso de la voracidad de aquel fetiche. Mientras tanto, Ale salió de su agujero y recogió la carne que el Ogro había abandonado.

Así es que, en la amistad, es mejor confiar enteramente en el amigo y no ocultarle nada con la precaución de que uno se puede encontrar en la vida con alguien más astuto que uno mismo, por muy inteligente que se crea.

Cuento recogido por Rafael Marco SMA

2006-06-05

PARABOLA DE LOS HAMBRIENTOS



«¿Quién de vosotros asumirá la responsabilidad de alimentar a los hambrientos», preguntó Buda a sus discípulos cuando el hambre asolaba Shrvasti.
Ratnakar, el banquero, movió la cabeza diciendo:
- «Todas mis riquezas no bastarían para dar de comer a los hambrientos».
Jayasen, el general del Ejército real, respondió:
- «Estaría dispuesto a dar mi propia sangre, pero no tengo comida suficiente en mi casa».
Dharmapal, que poseía muchas hectáreas de tierra, dijo con un suspiro:
- «El demonio de la sequía ha absorvido la humedad de mis campos. No sé cómo pagar los impuestos».
Se levantó entonces Snpriya, la hija del mendigo. Hizo una reverencia a todos y dijo humildemente:
- «Seré yo quien dé de comer a los hambrientos».
- «¿Cómo?», gritaron todos sorprendidos. «¿Qué esperanzas puedes tener tú de cumplir esa promesa?..»
- - «Soy la más pobre de todos vosotros. Esta es precisamente mi fuerza. Tengo mi arcón y mi despensa en cada una de vuestras cada.

(R.Tagore)

SOLIDARIDAD



Estaba un día Diógenes plantado en la esquina de una calle riendo como un loco.
- «¿De qué te ríes?», preguntó un transeunte.
- «De lo necio que es el comportamiento humano», respondió.
- «¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle? Desde que llegué aquí esta mañana diez personas han tropezado con ella y la han maldecido, pero ninguna de ellas se ha tomado la molestia de retirarla para que no tropezaran otros con ella.”

(Popular)

LOS CUATRO TIPOS DE HOMBRES

El maestro dijo al discípulo:
- «Existen cuatro tipos de personas:
El justo que habla: "Lo que es mío es mío; lo tuyo, tuyo".
El enamorado que exclama: "Lo que es mío es tuyo; lo tuyo es mío".
El egoísta que piensa: "Lo tuyo es mío; lo mío es mío".
El santo que actúa: "Lo que es mío es tuyo; lo tuyo, es tuyo"».

( Anónimo judío)

PARABOLA DE LAS MULETAS




Durante siete años no pude dar un paso. Día y noche caminaba con mis muletas... casi arrastrándo-me por el lodo de los mil caminos de la tierra.
Fui al gran médico y le conté mi caso.
- «¿Por qué llevas muletas?», me preguntó.
- - «Porque estoy tullido», le respondí.
- «No es extraño, me dijo el gran médico, prueba a caminar sin muletas. Son esos trastos los que te impi-den caminar. Deja esas muletas aunque tengas que caminar a cuatro patas». Y antes de que pudiera reac-cionar, el gran médico, riendo como un monstruo, arrancó las muletas de mis manos, y las rompió en mis espaldas. Y sin dejar de reír las arrojó al fuego.
Ahora estoy curado. Camino con normalidad. Me curó una carcajada y una voz que me dijo que tenía que romper mis muletas. Es verdad que tan sólo a veces, cuando veo en mi camino palos o algo que se asemeje a mis muletas, camino peor durante unas horas. Pero estoy contento a pesar de todo: he apren-dido que en la vida lo importante es romper tus mule-tas y ayudar a que otros también rompan las suyas.

(Sobre un poema de B. Brecht)

EL MISTERIO DEL ELEFANTE



Cuando era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran sus animales.

También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante.
Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal...
pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces?.
¿Por qué no huye?

Cuando tenia cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes.
Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante.
Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:

-Si está amaestrado... ¿Por qué lo encadenan?.

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

"El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño".

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse.
Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... Jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante:
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad.

LUCHA HASTA VENCER

En la pequeña escuelita rural había una vieja estufa de carbón muy anticuada. Un chiquito tenía asignada la tarea de llegar al colegio temprano todos los días para encender el fuego y calentar el aula antes de que llegaran su maestra y sus compañeros.

Una mañana, llegaron y encontraron la escuela envuelta en llamas. Sacaron al niño inconsciente más muerto que vivo del edificio. Tenía quemaduras graves en la mitad inferior de su cuerpo y lo llevaron de urgencia al hospital del condado.

En su cama, horriblemente quemado y semi-inconsciente, el niño oía al médico que hablaba con su madre. Le decía que seguramente su hijo moriría - que era lo mejor que podía pasar, en realidad -, pues el fuego había destruido la parte inferior de su cuerpo.

Pero el valiente niño no quería morir. Decidió que sobreviviría. De alguna manera, para gran sorpresa del médico, sobrevivió. Una vez superado el peligro de muerte, volvió a oír a su madre y al médico hablando despacito. Dado que el fuego había dañado en gran manera las extremidades inferiores de su cuerpo, le decía el médico a la madre, habría sido mucho mejor que muriera, ya que estaba condenado a ser inválido toda la vida, sin la posibilidad de usar sus piernas.

Una vez más el valiente niño tomó una decisión. No sería un inválido; ¡caminaría! Pero desgraciadamente, de la cintura para abajo, no tenía capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida.

Finalmente, le dieron de alta. Todos los días, su madre le masajeaba las piernas, pero no había sensación, ni control, nada. No obstante, su determinación de caminar era más fuerte que nunca.

Cuando no estaba en la cama, estaba confinado a una silla de ruedas. Una mañana soleada, la madre lo llevó al patio para que tomara aire fresco. Ese día en lugar de quedarse sentado, se tiró de la silla. Se impulsó sobre el césped arrastrando las piernas.

Llegó hasta el cerco de postes blancos que rodeaba el jardín de su casa. Con gran esfuerzo, se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a avanzar por el cerco, decidido a caminar. Empezó a hacer lo mismo todos los días hasta que hizo una pequeña huella junto al cerco. Nada quería más que darle vida a esas dos piernas.

Por fin, gracias a los fervientes masajes diarios de su madre, su persistencia férrea y su resuelta determinación, desarrolló la capacidad, primero de pararse, luego caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después correr.

Empezó a ir caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más adelante, en la universidad, formó parte del equipo de carrera sobre pista.
Y aun después, en el Madison Square Garden, este joven que no tenía esperanzas de que sobreviviera, que nunca caminaría, que nunca tendría la posibilidad de correr, este joven determinado, el Dr. Glenn Cunningham, ¡corrió el kilómetro más veloz del mundo!