Un latifundista llamó a uno de sus pobres y le dijo: “Toda la tierra que pises mañana, desde el alba a la puesta del sol, será tuya”.
El pobre empezó a correr, sin detenerse durante todo el día.
El sol se ponía cuando sus ojos dejaron de ver y su corazón de palpitar. El día siguiente, el pobre hombre, dueño de tanta tierra, fue sepultado en un metro cuadrado.
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